Importancia de la semana de concientización de la tricotilomanía - Por Lupita Pilloni
Quiero escribir sobre la importancia de dedicar una semana para difundir información sobre la tricotiolomanía y otras conductas repetitivas centradas en el cuerpo (CRCC). No hablaré de cuántas miles de personas en el mundo tienen o tendrán alguna vez en su vida esta condición ni de la necesidad del acceso a tratamientos oportunos. Voy a enfocar el asunto desde lo que ha vivido alguien que pasó más de veinte años creyendo que era la única persona en el mundo que arrancaba su pelo. Para ello, utilizo un estilo narrativo, pues creo que contar historias es una manera de hacer llegar la información que se desea difundir.
La historia
I. Unas pestañas largas, abundantes y bonitas
La tricotilomanía se presentó en mi vida entre los siete y ocho años. Entre más hago memoria, me convenzo de que fue más cerca de los ocho años. Quizá a esa edad. No me acuerdo del momento exacto en que arranqué la primera pestaña y continué... Lo que sí recuerdo es cómo lo hacía estando sola frente al espejo. ¿Qué sentía? No lo sé. Alivio quizá. ¿De qué? No tengo idea.
No pasó mucho tiempo en que mi mamá se dio cuenta. Me faltaban pestañas. ¿Qué les pasó? ¿Se me cayeron? No es posible. ¿Me las quité? ¿Cómo me las quité? ¿Me duele? Pues no, no me dolía. O tal vez sí un poquito, pero seguramente era parte del disfrute. Sí, del disfrute. Porque, lo creas o no, se siente placer. Es difícil de creer. Lo sé. Ni yo lo entiendo. En fin.
Y ahí estoy arrancando una a una. Seleccionando, mirando su grosor, su raíz, sintiendo entre los dedos cada pestaña removida. Entre los dedos. Hace un momento ocupaban un lugar en el párpado. ¿Volverá a nacer esa pestaña? Hay huecos. Mi primera comunión será el día de mi cumpleaños número nueve y me harán una fiesta, de esas que no son habituales en casa. Me emociona y quiero llegar a ese día con todas mis pestañas. Con todas. ¿Y si dejo de arrancar ahora habrá tiempo para que se rellenen esos huecos? Bien, ya no lo haré más.
En casa mi madre pregunta. ¿Qué me pasó? ¿Por qué cada vez tengo menos pestañas? Me las estoy quitando. ¿Cómo es posible que no me duela? ¿Por qué lo hago si tenía unas pestañas tan largas, abundantes y bonitas?
Miro mis fotografías. No son muchas. ¿Cómo eran mis pestañas? Dice mi mamá que muy largas y bonitas. Lo repite cada rato. ¿Por qué nunca me di cuenta? En las fotos no se alcanza a ver. Miro con atención. Me veo en el espejo. Tengo huecos. ¿Y si me quedo sin pestañas? ¿Para qué sirven las pestañas? A veces percibo una especie de reflejos de luz que son algo molestos. ¿Será porque me faltan pestañas? Mejor no le digo a nadie. Yo tengo la culpa. Ya no lo haré más. Es la última vez. Mi cumpleaños número nueve se acerca.
Sí vuelven a nacer las pestañas. Pero no igual. Algún hueco quedó, aunque hay que observar muy bien para darse cuenta. Mi mamá repite en cada oportunidad que yo tenía unas pestañas muy largas y bonitas. Yo tenía unas pestañas muy largas y bonitas. Me veo en el espejo. No se nota que falten, pero tampoco son espectaculares. Miro mis fotografías y no alcanzo ver nada de lo hermosas que eran.
Una niña, un niño o una muchacha con pestañas largas, abundantes y bonitas por la calle, en una fiesta, en una reunión. Mi mamá las elogia y dice que yo antes las tenía así, pero me las quité. Me las quité. Me quité tal vez lo único bonito que tenía en el rostro. Al menos no se nota que falten, aunque todavía siento la necesidad de arrancar.
II. El cabello arrancado sí vuelve a nacer
Nueve años. O diez quizá. Me cortan el cabello. Yo no quería. Lo tenía largo y me gustaba jugar a que lo traía muy corto. Un día me lo cortan contra mi voluntad. Pudo ser el corte o qué se yo: las manos aprendieron a irse a la cabeza. Ahí hay mucho pelo. Arrancar uno, dos, tres, cuatro no se nota como arrancar pestañas. Quién sabe. Ese es un razonamiento de adulta. El caso es que las manos dejaron en paz las pestañas y se fueron a la cabeza.
No se nota si te arrancas un pelo de la cabeza. Dos. Tres. Cuatro… No se nota. Frente al espejo. Sola. Sintiendo y mirando. Seleccionando. Los pelos más gruesos son los más atractivos al tacto. Los más oscuros también. Dicen que soy rubia. Yo no soy rubia. No han visto que algunos pelos me salen bastante oscuros, gruesos. Después de una, dos, tres horas, no son dos, tres ni cuatro pelos los que están en el suelo. Me estoy quedando calva. No lo volveré a hacer.
¿El cabello arrancado vuelve a nacer? Sí, sí vuelve a nacer. Nadie me dirá que antes era largo y bonito como largas y bonitas eran mis pestañas. No lo haré más. Saldrá nuevo, crecerá y nadie sabrá que ahí tuve un hueco. Mientras tanto, ¿qué hacer? Ya no dejaré que mi mamá me peine. Lo haré yo para que no se dé cuenta.
Me peino sola. ¡Qué difícil es peinarme! Necesito mucho tiempo para acomodar el cabello de modo que no se note que tengo un hueco ahí. No, no uno: dos. Sí, dos. ¿Qué te pasó? ¿Ahora te estás arrancando el pelo? ¿Arrancar? ¡Qué fea palabra es esa! Ahí donde falta pelo, se siente bien rascar. Rascar. Sale sangre. No duele. Bueno, arde un poco cuando me pongo gel para fijar el peinado o cuando me baño. Me gusta bañarme con agua caliente. Con la temperatura del agua y el shampoo, ¡ay, arde un poquito! Ya no volveré a arrancar mi pelo ni a rascarme así la cabeza. Ya no más.
Tengo un diario. Quiero escribir que arranco mi pelo y que no me gusta hacerlo. Quiero prometerme por escrito que ya no lo volveré a hacer. Tal vez si mi promesa la escribo tenga más efecto que si sólo la pienso. Pero escribo “arranco mi pelo” y me da vergüenza leerlo. Lo rayoneo casi hasta romper el papel para que no se distingan las letras. No, no. ¿Y si alguien más lo lee? ¿Qué tal que mi mamá lo encuentra? ¿Qué tal la curiosidad de mis hermanas? Mi papá, como sea, casi nunca está en la casa. No, no puedo escribir eso. Me invento un código para escribirlo sin que nadie más pueda descifrarlo. No funciona. ¿Acaso soy incapaz de cumplir una promesa? ¿Es que no tengo palabra?
Frente al espejo. Miro mi pelo. Miro las partes donde falta. Está naciendo pelo nuevo. Menos mal. Ya no arrancaré ni uno solo en toda mi vida. Lo prometo. Siento el pelo nuevo. Se ve más grueso, un poco más oscuro. Una fuerza interna, superior a mi voluntad, me lleva a arrancar uno. Siento su textura. Veo su raíz, la siento y la paso por los labios. Ya no más. Es el último. Una hora, dos, tres… Muchos pelos en el suelo. Estoy cansada. Otra vez lo hice. Ahí donde estaba naciendo pelo nuevo no hay nada. Otra vez. Es la última vez que lo hago.
Se repite el ciclo. Una. Dos. Innumerables veces desde los diez, once años hasta la adolescencia y adultez.
III. El tiempo libre
Mañanas enteras, tardes, noches. A veces me pregunto a cuántas semanas, meses, ¿o quizá años?, equivaldrá la suma de las horas que he pasado arrancando mi pelo y rascando mi cabeza desde niña hasta ahora que soy adulta. No lo sé, pero sí siento que es bastante.
¿Qué me gusta hacer en mi tiempo libre? Leer, escribir, bordar… ¿Lo que hago? La mayor parte de las veces: arrancar mi pelo y rascar mi cabeza. Quiero leer un libro, escribir un cuento, continuar con ese bordado. Quiero vivir. Pues no. Las manos se van a la cabeza y pasan las horas sin darme cuenta. Una nueva calva, esa que ya estaba ahora es más grande, el cuero cabelludo lastimado. Mañana será otro día y lo volveré a intentar. Vano intento. Otra vez lo mismo...
Hablo de mis pasatiempos. Ah, pues últimamente no he hecho nada de lo que me gusta hacer porque he estado muy ocupada en otras cosas. ¿Cuáles? Quehaceres, trabajo, imprevistos en casa, etcétera. Por otra parte, soy muy desorganizada e indisciplinada. ¿Qué otra explicación? Si tuviera un poquito de disciplina haría lo que me propongo en vez de perder el tiempo en una actividad que me hace daño, ¿no?
IV. Soledad y silencio
Once años. O doce quizá. Me pregunta mi mamá si tengo ansiedad. Algo oyó en un programa de radio. Algo acerca de los niños con ansiedad. ¿Por eso arranco mi pelo? Me lo pregunta. No comprendo, pero le digo que no. No tengo ansiedad. La verdad no tengo idea de qué es la ansiedad.
Pasa el tiempo. Nadie en casa habla ya del asunto. No más preguntas. Nada. Es como si fuera cosa del pasado. Cuando era niña me arrancaba las pestañas y por eso ya no se ven tan largas y bonitas como eran. Me avergüenza que mi mamá se lo diga a otras personas. Me incomoda que lo diga en la casa. Pero ¿qué puedo hacer? Es la verdad: yo me las quité, yo tengo la culpa de que ya no se vean hermosas, yo me quité un elemento que era bonito en mi rostro.
Y bueno luego arrancaba mi pelo. Me peino de modo que no se note y pues parece que ni en mi casa se dan cuenta. ¡Qué bueno! O tal vez tampoco se le encuentra sentido a tocar el asunto. ¿Qué pueden hacer? Soy adolescente, adulta después. Sería bastante incómodo que lo mencionaran. Y a fin de cuentas es cosa mía. Lo hago cuando estoy sola. ¿Cómo van a detenerme? Además, es mi decisión hacerlo. Mi decisión.
Lo cierto es que el viento es mi peor enemigo. Nadie tiene permiso de tocar mi cabeza por ningún motivo. Pero con el viento poco puede hacerse. Es muy incómodo porque en cualquier momento puede descubrir esas partes de mi cabeza donde falta pelo. Tampoco puedo hacer movimientos que puedan descubrir esas calvas ni exponerme a situaciones en las que se mueva demasiado mi cabello. Alguna vez fue inevitable y muy vergonzoso. Por fortuna, fueron pocas veces. En casa ya nunca, y yo me abstengo de ir a la estética por un simple despunte de cabello. Una vez fui y la estilista notó algo. Preguntó. Jamás volví ahí.
Meses y hasta años de no ir a la estética. El cabello maltratado. ¡Qué horrible se ve! ¿Cómo me atrevo a salir así a la calle? Un periodo de tregua con este impulso, pelo nuevo y voy, aunque con los nervios de que el/la estilista note algo extraño. Si bien no falta pelo por ningún lado, hay partes donde éste es muy pequeño aún. ¿Qué pasó ahí? ¿Y si pregunta? ¿Qué voy a decir? ¡Uff, alivio que nada notó! Y yo muy feliz con un corte nuevo. Ya, ya no volveré a arrancar mi pelo. Nunca, nunca más.
Pero esa necesidad, esa fuerza interna superior a mi deseo, a mi voluntad, ahí está casi todo el tiempo. No es mi decisión arrancar o no arrancar. Simplemente no puedo contener el impulso. ¿Lo entiendes? ¿Te ha pasado? No digo que arranques tu pelo. Digo que igual tienes alguna manía o adicción a algo. ¿Has sentido que quieres dejar de hacer algo que sabes que te hace daño, pero no puedes? No sé, ¿te pasa quizá con el tabaco?, ¿las compras compulsivas?, ¿las llamadas a tu ex que ya ni te pela? Híjole, no sé si esto de arrancarse el pelo sea como una adicción, pero tal vez es una buena analogía para explicar cómo ni la voluntad ni la determinación de parar son suficientes.
Soy la única que hace esto. Sí, soy la única porque nadie en su sano juicio hace semejante cosa. Mis compañeras y amigas tienen sus pestañas tal como las tenían de pequeñas. Nadie les dice que antes las tenían largas y bonitas. Ellas tienen unas lindas cabelleras y se peinan como quieren. Pueden disfrutar el viento. Van a la estética cuando les da la gana y estoy segura de que por dentro no mueren de nervios antes de sentarse en la silla del estilista ni mientras dividen su cabello para pasar las tijeras. Las envidio. Envidio también a las muchachas con las que me cruzo por la calle.
¿Algún día dejaré de hacerlo? ¿Estaré loca? ¿Seré una especie rara como para un estudio científico de laboratorio? ¿A algún científico le interesará mi caso? Siendo la única que lo hace, no lo creo. Tal vez un científico interesado en estudiar cosas raras. Soy una cosa rara. ¡Qué vergüenza!
La primera vez que fui a terapia le conté a la psicóloga. ¿Por qué te haces daño? Esa fue más o menos su pregunta. Yo no quiero hacerlo. Me lo preguntó como juzgándome. Pero es cierto. Me hago daño. ¿Por qué? No sé. Me juzga y no puede explicármelo. Me pregunta algo sobre lo que no tengo una respuesta. Más bien necesito que alguien me responda. No regresé.
Otro día, cuando recién llegó la tecnología de internet a la casa, por ahí del 2006 o 2007, escribo en el buscador: arrancarse el pelo… ¡Ay, escribí la palabra prohibida! Arrancarse. ¡Qué feo se oye eso! Pero a ver qué sale. Nada. Pues sí. Nada.
Soy la única que lo hace. Pero ¿por qué? Tal vez se deba a que hubo problemas durante mi nacimiento. Puede ser que eso haya afectado mi cerebro o algo. Una tía que entonces estudiaba Psicología llegó a mencionar que si de bebé no manifestaba algún retraso podría ser cuando entrara a la primaria. Quizá se equivocó. Igual no tuve un retraso, pero por eso me arranco el pelo.
Busco: consecuencias de falta de oxígeno durante el nacimiento. Nadie menciona eso de arrancarse el pelo. ¿Entonces? Algo se les ha escapado por ahí.
Y se repite el ciclo una y otra vez: prometer(me) no hacerlo, hacerlo, vergüenza, culpa, etcétera.
V. El descubrimiento
Una noche, ya por el 2010, se me ocurre escribir de nuevo en el buscador: arrancarse el pelo. ¡Ah, cómo me parece tan horrible esa palabra! Arrancarse. Pero a ver si hay algo. En realidad no lo creo. Es que necesito escapar. Estoy harta y es lo único que puedo hacer. Buscar, aunque sin esperanza.
¡Sorpresa! Encuentro algunas entradas en español. ¡Por Dios, pero qué es esto! Tri-co-ti-lo-ma-ní-a… ¿Trico qué? Foros. Entradas de personas que relatan su caso. Personas que han vivido así ¡hasta cuarenta años! Personas que han perdido todas sus pestañas, TO-DAS, y sus cejas. Personas que necesitan utilizar pelucas. Personas que hasta se comen el pelo que se arrancan: tri-co-fa-gia ⇨ tricofagia.
¡Pero lo mío no es nada comparado con eso! ¿Yo qué hubiera hecho si me hubiera quedado calva de manera más significativa? No habría podido conseguir una peluca. ¿Dónde?, ¿con qué dinero? ¿Y si me hubiera quedado sin pestañas? ¡Lo bueno es que a mis manos nunca les interesaron las cejas! Tampoco hubiera podido esconderme: compartía la recámara con mis hermanas y nada era pretexto para faltar a la escuela. ¿Habría ido a la escuela así? ¡Qué bueno que lo mío no es tan grave!
Pero lloro. No puedo creerlo. Me identifico con varios relatos. Muchas personas coinciden en que por periodos lo “superan”, pero la maldición regresa. Hay poca, poquísima información en español. Percibo una especie de condena y viene la desesperanza: ajá, ya sabes que otras personas viven lo mismo que tú y hasta peor, pero ¿qué crees? No hay remedio.
Bueno, algunas personas comparten estrategias para dejar de arrancarse el pelo. Ponerse guantes, evitar estar solas o actividades pasivas como leer y ver la TV, etcétera. ¿Pero y la necesidad de arrancarse el pelo? Yo no quiero ponerle barreras a mis manos ni evitar las situaciones en que las que lo hago porque en la vida diaria no es viable. En algún momento no habrá guantes. En algún momento estaré sola o leeré, veré la TV… Lo que quiero es dejar de sentir esa necesidad, ese impulso superior a mi deseo y voluntad. ¿Cómo dejar de sentir esa necesidad? No hay respuesta para eso.
Encuentro la página http://www.tricotilomania.org/ De lo que hay en español, parece ser lo más confiable. Pero aun así no hay esperanza. Hay personas que han ido a terapia y sus terapeutas los regañan o simplemente les dicen que dejen de hacerlo. Algunas más afortunadas encontraron mejor atención, pero viven muy lejos, en otros países para ser más precisa. ¿En México qué hay? Nada. Pues sí. Nada de nada.
En un foro alguien deja su correo electrónico y le escribo. Quiero hablar de mi experiencia con alguien que hace lo mismo, pero no en un foro. ¿Qué tal si un conocido o familiar lo lee? Comenzamos así a escribirnos, ella, otra persona que también la contactó y yo. Nos encontramos en diferentes países, pero no estamos solas. Por fin. Nos acompañamos. Aunque cada una lo ha vivido de diferente manera, nos entendemos y no nos juzgamos.
Todavía no me atrevo a contárselo a una amistad o a retomar el asunto en mi familia. Todavía siento vergüenza y culpa. Quizá no termino de asimilar qué es eso de tricotilomanía en el sentido de que, por más increíble que parezca, arrancar el pelo no es una decisión ni una forma intencional de hacerse daño. Aún me prometo no volver a hacerlo. Aún me frustro por no cumplir mi promesa. Aún me digo “es la última vez” o “es el último que arranco”. Pero ya escribo con libertad en mis notas personales me arranco el pelo. Sí, arranco mi pelo de la cabeza y comencé con esto arrancando mis pestañas cuando era niña.
VI. Terapia y comunicación en el entorno inmediato
Encuentro en Facebook la página Tricotilomanía – Argentina ¡Qué bien que haya más información en español! Un espacio donde se puede hablar del tema con la seguridad de no ser juzgada. Leo ahí varios testimonios. Me agrada el tratamiento que se le da a la información.
Por esa época, más o menos, voy a terapia. Percibo que la psicóloga no me comprende del todo. En ese momento estoy en una especie de tregua con el impulso de arrancar mi pelo, así que como al revisar mi cabeza no nota huecos grandes, desestima mi relato. Me muestra imágenes de personas a las que les falta mucho pelo. Afirma que eso es la tricotilomanía y que yo no tengo nada de eso. Le explico que si bien no tengo huecos en la cabeza, los he tenido y me preocupa recaer, porque ya me ha pasado antes. Además, le digo que en ocasiones rasco demasiado mi cuero cabelludo, como para sustituir el arrancar el pelo. Le explico que a veces también arranco solamente las puntas y que siento que es parte del mismo impulso porque experimento la misma sensación y paso demasiadas horas haciéndolo, lo cual interfiere con mi vida diaria, pues me impide hacer otras actividades, y quiero parar pero no puedo. En fin. Ella sigue en su posición de que no tengo nada de eso, pero de alguna manera atiende el malestar que manifiesto y me ayuda en cierto modo.
También empiezo a tomar medicamentos. Yo no quiero. ¿Tan mal estoy? ¿Estoy loca? ¿Cómo puede ser? Altos niveles de ansiedad y tendencia a la depresión. La terapia psicológica es insuficiente. Son necesarios. Se lo comunico a mi mamá y expresa que no le gusta la idea: ¿voy a tomar eso?, ¿qué tal que desarrollo dependencia a esos fármacos? Como sea, supongo que debo intentarlo.
¿Alguien en mi familia tiene o ha tenido ansiedad o depresión? Me lo preguntan en la clínica. Pues no que yo sepa. Bueno, sospecho que mi abuela materna tuvo ansiedad. Lo sospecho por su peculiar/enfermizo gusto por lo dulce: ¡comía el azúcar a cucharadas! ¿Alguien que haya sido diagnosticado de ansiedad o depresión? ¡Pues no sé! Cáncer, diabetes, sí. Pero nadie habla de ansiedad ni de depresión. Supongo que todos están bien, excepto yo. Quisiera saber la verdad. ¿Algún antepasado tal vez? Me pregunto. No lo sé.
Empieza el trabajo de la psiquiatra. Si sentía que la psicóloga no me comprende del todo, la psiquiatra menos. ¿Todavía te arrancas los pelos? Eso me pregunta algunas sesiones. Su pregunta me incomoda. La tolero con tal de que me indique los medicamentos que necesito y ya. No tengo la posibilidad de ir a un consultorio privado.
La psiquiatra se va a vivir a otro país y me asignan otro. No es mejor la cosa. Él me pregunta en cada sesión si ya tengo novio. Incluso me sugiere cómo conseguir uno. Insiste en ello porque dice que los años pasan y que de seguir así me quedaré sola. Seré una solterona, pues. También me pregunta si ya me cambié de trabajo. No tengo seguridad social ni tampoco gano una fortuna donde laboro, pero estoy contenta en ese plano. Nada de eso es mi preocupación ni el motivo por el que acudí a la clínica. Tampoco lo es la tricotilomanía en sí, pero el tema de que arranco mi pelo apareció, quiero tratarlo y para mí es más importante que tener novio, no tenerlo o mi situación laboral. Lo tolero, igual que a la anterior, con tal de que me indique los medicamentos que necesito y ya. A veces me da algunas muestras de los ansiolíticos y antidepresivos que me receta, lo cual me ayuda a seguir el tratamiento.
Me animo entonces a hablar del tema con una amiga. Me arranco el pelo. Lo he hecho muchos años, pero es un comportamiento que tiene nombre y otras personas también lo hacen. Se llama tricotilomanía. Lloro al contarle. No lo puedo evitar. Lo platico con otra amiga y también lloro. A mis hermanas les comunico que es un tema que no se quedó en el pasado. Más tarde lo platico también con mi mamá. Por fin le expreso que me incomoda que repita lo de las pestañas y le explico que muchas personas en el mundo hacen lo mismo, que es un trastorno cuyas causas se desconocen, etcétera.
Envío a la administradora de la página de Facebook Tricotilomanía – Argentina mi testimonio para que lo publique junto con los demás, pero de manera anónima. Evito dar reacciones a los post que comparte y más escribir algún comentario porque temo que algún conocido o familiar se dé cuenta. Aún siento vergüenza.
Conforme hablo del asunto con algunas amistades, las lágrimas ya no aparecen tanto. Una que otra vez, pero ya no cada que lo platico. También me voy atreviendo a comentar las publicaciones de la página Tricotilomanía – Argentina. Incluso me animo a compartir los carteles publicados ahí. Lo hago de manera impersonal, pero la intención es contribuir a que se conozca sobre el tema. Quiero hablar con naturalidad del asunto y deseo que otras personas también puedan hacerlo, y que no pasen tantísimos años creyendo que a nadie más le pasa esto. Aún me cuesta mucho atreverme, pero un día comparto una nota personal al respecto. Una nota personal.
VII. Avances y retrocesos, pero adiós al anonimato
Ha pasado la semana de concientización de la tricotilomanía de 2018. En la página de Facebook Tricotilomanía – Argentina aparece este cartel:
¿No me avergüenzo? Creo que no puedo afirmarlo. Cada vez comparto algo más sobre el tema con mis contactos, pero me mantengo impersonal. Tomo distancia. ¿Me avergüenzo sí o no?
No me atrevo a mencionar este trastorno con las personas con quienes convivo a diario. Una compañera del trabajo cuenta que cuando iba en la secundaria había una niña que se arrancaba las pestañas y que se burlaban de ella. No digo nada. Temo que si digo que esa niña tenía tricotilomanía me exponga yo misma. ¿Qué hacer ante reacciones producto del desconocimiento? ¿Podré con eso? Mejor me callo.
Me incomoda mi silencio. Tengo la necesidad de expresar lo que sentí y escribo. La escritura me salva. Me ha salvado muchas veces. Leo mi texto. ¿Y ahora? No lo voy a exponer a conocidos y amistades con quienes nunca he hablado del asunto. ¿Y entonces? Le envío un mensaje a la administradora de la página de Facebook Tricotilomanía – Argentina. Ella le da un espacio a mi texto en el blog Tricotilomanía – Argentina. Prefiero que lo lean personas que busquen información sobre el tema. Me pregunta si deseo que aparezca mi nombre. De acuerdo. Es la primera vez que expongo parte de mi historia sin esconderme en el anonimato.
Semanas más tarde comparto una segunda versión de ese escrito en mi cuenta personal de Facebook. Es la primera vez que pongo a la vista de mis contactos esta parte de mí. ¿Habrá quienes me juzguen? ¿Quizá algún familiar se escandalice? ¿Quizá haya quien me lea con morbo? ¡Pero y qué importa! Representa para mí una forma de liberación personal y de sumarme a la difusión que han hecho otras personas. Porque, hay que decirlo, quienes se han ocupado de hacer divulgación sobre este trastorno, quienes con ello están impulsando que más profesionales de la salud mental se preparen para atender a pacientes que arrancan su pelo, son personas con tricotilomanía.
Ah, pero la cuestión no sólo es aprovechar las redes sociales. ¿Qué hay de la vida diaria? El viento todavía me molesta en los lugares públicos. Evito las conversaciones casuales sobre el cabello: que si la caída del pelo; que el nuevo corte de fulanita; que a tal se le ve poco pelo o muy esponjado, etcétera. No lo había mencionado, pero me incomodan. Miento sobre lo que hago en mi tiempo libre. Entonces ha de ser que afuera de las pantallas sí me avergüenzo bastante todavía.
Un día, harta de traer el pelo algo maltratado y de tener que esperar un periodo de tregua con la tricotilomanía, le cuento a mi estilista lo que me sucede y le pido una cita en un horario en el que no tenga gente, pues tengo un pequeño hueco y me avergonzaría si alguien lo viera. No pregunta ni me juzga y me hace un corte que me deja muy contenta. Desde entonces, voy a cortarme el pelo cuando quiero, pero, eso sí, sólo con ella.
Creo entonces que el avance para superar la vergüenza y la culpa es lento. Al menos en mi caso. Y no es lineal. A veces retrocedo. De esta forma la historia continúa y continuará. Es probable que durante toda mi vida.
Para cerrar
La soledad, vergüenza y culpa con que suele vivirse la tricotilomanía y otras CRCC no desaparecen de manera inmediata cuando se descubre que ello obedece a una condición cuyas causas se desconocen, pero que tiene un nombre. A algunas personas les lleva más o menos tiempo que a otras. Con la aceptación pasa lo mismo. Pero sin duda el haber encontrado información sobre la tricotilomanía sí marcó un antes y un después en esta historia, y sé que en la de miles de personas también.
Ahora que cada vez hay más información, veo también más terapeutas preparados. Falta muchísimo, por supuesto. Sin embargo, con la actividad de difusión y el espacio para llevarla a cabo de manera más intensa una semana al año (1-7 de octubre), también veo con esperanza el que para otras personas no haya un antes y un después, sino que desde ya sepan que estas condiciones afectan a mucha gente, pero pueden tratarse. De igual manera, confío en que toda esa labor contribuya a terminar con el estigma sobre estos trastornos. Y espero que la narración de esta historia sume un poquito a ello.
Simplemente muchas gracias! Mi hija tiene tricotilomania y tu historia. Me ayudo un montón. Besos
ResponderEliminarHola chicas, mi mama padece este problema hace AÑOS. Básicamente desde chica. A la fecha tiene 56 años y les juro que en la coronilla no le queda pelo. Innumerables veces intenté hablar con ella sobre el tema y me dice todo que sí, se hace la que no me escucha o se enoja. Con mis hermanas ya no sabemos que hacer. Como actuar cuando es imposible llevar a un familiar a tratamiento por este tema? A nosotras de afuera realmente no es afecta. Gracias! muy útil esta página web
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