Segunda entrada de Beatriz, nuestra columnista invitada.

Mi experiencia me dice que en la sociedad que me rodea está mal visto hablar sobre los problemas, preocupaciones de una misma a otras personas, pero no así aquellas que puedan ser compartidas, que formen parte de los devenires comunes de una vida convencional. Suelen tratarse de los problemas más superficiales y que menos alcance tienen en el ser más profundo de todo individuo. Se trata de algo bastante comprensible, pues somos recelosos con nuestra intimidad, nuestros miedos, fobias y filias, aquella parte de nuestra vida que nos acompaña en cada respiro y es invisible a la mayoría de personas que nos rodean a diario. De igual manera, la vergüenza de lo poco común y el miedo a no sentirse aceptada contribuye a que esto suceda. Sin embargo, la experiencia también me dice que hablar de nuestras preocupaciones y compartirlas nos permite encontrar apoyo, a otras personas que nos entienden y que pueden estar en nuestra misma situación, así como normalizar una condición que muchas personas viven en silencio y que como consecuencia de ello sobre la que se investiga poco. A partir de esta idea me dispongo a compartir con toda persona que así lo quiera mi convivencia con la tricotilomanía mediante la palabra escrita, al igual que os animo a expresaros y compartir vuestra historia, retransmitiéndola a través de cualquier modalidad comunicativa y artística. Os lo propongo desde un corazón que continúa latiendo enérgico gracias al apoyo instrumental y emocional que ha encontrado en la escritura. 

El arte es la expresión máxima de los pensamientos y emociones de todo individuo, mediante cualquier formato de arte proyectamos un sentimiento, un deseo, un movimiento visceral que necesita expandirse, vivir. Para mí la escritura supone este arte, esta creación que me permite expresar lo que siento, proyectar mi vida y compartirla con otras personas, una vida que en muchas ocasiones he olvidado defender y que la escritura me ha permitido recordar y reforzar. Desde hace unos dos años llevo compartiéndola con una muy buen amiga que conocí a partir de un grupo sobre tricotilomanía gestionado por el licenciado José Manuel Quesada, ella es la ideadora y coordinadora de esta maravillosa página, Cintia Rosas, y la que me ha motivado a realizar este espacio y concedido la oportunidad a través de su propio blog.

Puede que la mayoría de personas no lo entiendan, normalmente necesitamos pasar por ello, experimentar las emociones, los sentimientos asociados y entonces comprenderlo; la empatía se desarrolla cuando sientes algún tipo de conexión con la historia que narra la otra persona, cuando te ves reflejado en sus palabras, en las emociones que expresa, los hechos que relata. Es muy normal que la mayoría no se vea representada en mi caso, cada persona vive una vida diferente, en un mundo diferente, pero gracias a nuestras similitudes como humanos son muchas las cosas que nos unen y permiten comprendernos y aceptarnos. 

Sólo basta que uno dé el primer paso para que el siguiente no se sienta solo, incitar a los demás a salir de su anonimato y ser más felices, sentirse mejor. Dentro de la extravagancia, de la rareza que supone esta condición, creo necesario mostrar al mundo que se da, que afecta a muchas personas, y que existe modo de evitar el sufrimiento ahogado y silencioso que provoca padecer este trastorno.

De esta forma, la motivación por compartir mi experiencia nace de la voluntad de actuar por querer estar bien, por mejorar y contribuir como persona con trico a ampliar el cuerpo de conocimiento sobre este trastorno, y generar una demanda investigadora y terapéutica que existe en el anonimato y necesita poner caras y nombres para ser cubierta.


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